miércoles, 13 de febrero de 2013

¿Cuál sería la última religión?

  El humanismo consiste en el dominio del instinto.

   El objeto de dominar el instinto es conseguir que el comportamiento humano permita el mayor aprovechamiento de las cualidades propiamente humanas, es decir, aquellas que más se diferencian de las de los otros homínidos: el lenguaje, el pensamiento simbólico, la tecnología, las formas complejas de cooperación. Por supuesto, tales cualidades también se basan en instintos, pero nosotros podemos manipularlos y condicionarlos en alguna medida a fin de que los instintos menos propiamente humanos -los de tipo agresivo, por ejemplo, que hemos tomado de especies menos evolucionadas- queden bajo control.

  Descendientes como somos de miles y miles de generaciones sucesivas de cazadores-recolectores, los instintos codificados en nuestros genes no son, en su conjunto, los más adecuados para un ideal de vida humana por completo cooperativa.

  A fin de generar la confianza mutua necesaria para que se implemente esta meta, la evolución social ha dado lugar a cambios culturales que apuntan al estímulo de los instintos cooperativos y a la represión o neutralización de los instintos no cooperativos, siendo los instintos menos cooperativos, básicamente, los instintos agresivos, generadores de desconfianza, y siendo los más cooperativos aquellos de tipo antiagresivo que permiten la confianza mediante la vinculación afectiva de los individuos. Esto sería un principio básico de racionalidad. También se llama "prosocialidad" o altruismo, en tanto que fomenta la cooperación al permitir que los individuos renuncien de buen grado a ventajas puntuales para que los semejantes se beneficien de ello.

  Los cambios culturales se basan en formulaciones lógicas interiorizadas por los individuos como consecuencia de condicionamientos conductuales externos. De todos estos condicionamientos culturales, los más notables a lo largo del desarrollo histórico han sido los transmitidos por las religiones.

  Una religión es, esencialmente, un determinado sistema simbólico de condicionamientos psicológicos que desarrolla unas pautas morales dentro de una determinada red social y que actúa en la vida emocional del individuo con el fin de generar comportamientos de confianza que faciliten la cooperación. La religión, al tener como resultado primordial la interiorización de pautas morales, facilita el autocontrol de los instintos antisociales.

   En tanto que opera sobre las reacciones emocionales, la religión no es un mecanismo racional. Pero el diseño de las religiones sí puede llegar a serlo en tanto que se parte de una observación correcta de la naturaleza emocional del comportamiento humano (es decir, es una comprensión racional de nuestra naturaleza irracional). Las primeras religiones eran de tipo mítico (se ejemplificaban las pautas morales mediante narraciones tradicionales de alto valor simbólico), de ahí se pasó a las religiones doctrinales, donde se estructuraban ideologías con contenido moral. La última religión sería de tipo totalmente racional, excluyendo la tradición y haciendo explícito el simbolismo.

  La religión racional funcionaría de forma parecida a como lo hace hoy la psicoterapia: yo asumo racionalmente que necesito una mejora en mi comportamiento, pero con ello asumo también que la mera racionalización de esta necesidad no es suficiente para llevar a cabo la mejora requerida: acudo entonces a un agente exterior (terapeuta) para que active en mí diversos estímulos emocionales que motiven mi conducta a partir de un núcleo de creencias y una visión total de la estructura de mi comportamiento. Ahora bien, la religión implica no solo la acción interpersonal entre dos, sino la inmersión en una red social más amplia, garantía de confianza, cooperación y gratificaciones emocionales.

  La última religión (religión racional o religión del comportamiento) es aquella que da lugar a pautas de comportamiento de extrema confianza que han de permitir la aparición de una cultura plenamente cooperativa. Esto es, una adecuación racional de la emotividad humana a los intereses comunes de un universo de individuos que, por su comportamiento altamente altruista, sean merecedores de plena confianza..

  Esta última religión, obviamente, aún no ha aparecido.

martes, 12 de febrero de 2013

"La religión no es acerca de Dios"

 “Religion is not about God” es el título de un libro del historiador de las religiones Loyal Rue del año 2004, pero Rue no es, desde luego, el más destacado autor que se ha preocupado por informar de que, en contra de ciertos lugares comunes, el hecho religioso no implica necesariamente las especulaciones acerca de lo sobrenatural. Entre otras cosas, Loyal Rue describe la religión como algo que “consiste en manipular nuestros cerebros a fin de que podamos pensar, sentir y actuar en nuestro beneficio, tanto individual como colectivamente”

   Mucho antes de que apareciese este libro del siglo XXI ya teníamos al clásico Emile Durkheim, en cuya obra “Formas elementales de la vida religiosa”, del  año  1911, ya se afirma que  “Existen grandes religiones donde está ausente la idea de dioses y de espíritus, donde, al menos, no desempeña más que un papel secundario y oscurecido. Es el caso del budismo.” 

 Para Auguste Comte la religión era una actividad puramente social, basada en "el establecimiento de ritos, reglas y ceremonias, cuyo objetivo sería llevar a la humanidad a un estado de unidad perfecta"

   Años después de que Durkheim y Comte publicaran sus libros, aparecerían nuevos fenómenos religiosos no sobrenaturalistas, lo que llevaría a que antropólogos más actuales como Clifford Geertz (“La interpretación de las culturas”) hablase de “las llamadas religiones políticas tales como el comunismo y el fascismo". La definición de Clifford Geertz de religión, no requiere, en consecuencia, del hecho sobrenatural: «La religión es un sistema de símbolos que obra para establecer vigorosos, penetrantes y duraderos estados anímicos y motivaciones en los hombres, formulando concepciones de un orden general de existencia y revistiendo estas concepciones con una aureola de efectividad tal que los estados anímicos y motivaciones parezcan de un realismo único».

   Encontramos más ejemplos de esta concepción no teísta de la religión en el caso del divulgador de ciencias sociales Cavalli-Sforza que en “La evolución de la cultura” escribe que  “Buda, Jesucristo, Mahoma, Marx se citan entre los más grandes fundadores de religiones” o en el del antropólogo Marvin Harris, que también califica a la ideología no sobrenaturalista del confucionismo, como “religión política”.

  Finalmente, la misma wikipedia define religión como “sistema de la actividad humana compuesto por creencias y prácticas acerca de lo considerado como divino o sagrado, tanto personales como colectivas, de tipo existencial, moral y espiritual".

   Lo “sagrado” no presupone lo “divino”, sino que es una noción que permite a un grupo o una sociedad humana creer en una separación binaria (lo Sagrado como opuesto a lo Profano), espiritual o moral, entre diferentes elementos que la componen, la definen o la representan (objetos, actos, ideas, valores...). Según el psicólogo social Jonathan Haidt, lo "sagrado" es una manipulación cultural del instinto del "asco biológico", por el cual determinadas materias son rechazadas de manera automática como no utilizables como alimento. Al equipar al comportamiento moral con esta reacción instintiva adaptaba se logra un autocontrol mucho más útil que el de la moral "profana", ya que lo profano no produce emociones de asco y reverencia, siendo, por tanto, menos práctico para asentar un comportamiento moral. De hecho, las leyes profanas exigen la coerción legal para asegurar su cumplimiento. Las leyes sagradas suelen cumplirse de forma automática (la violación del tabú produce repulsión, así como el seguimiento de la norma sagrada produce reverencia). Por eso lo sagrado es mucho más útil para el mantenimiento de un orden prosocial, y es ésta la ventaja esencial de la coerción religiosa sobre la de tipo legal o político (Napoleón afirmó en cierta ocasión que "un cura le ahorraba diez gendarmes").

   La divulgadora de la historia de las religiones, Karen Armstrong, en su libro “La gran transformación” del año 2006, nos cuenta que la Religión es "comprometerse a llevar una vida ética", y que es la benevolencia lo que señala el camino a la trascendencia. También nos ilumina acerca del origen de la religión en la antigüedad: "la religión era hacer cosas que te cambiaban en lo profundo".

  Por desgracia, aún quedan rescoldos de desconocimiento (o de amoldamiento a un concepto de uso coloquial), como es el caso de la rancia Real Academia de la Lengua española que en su diccionario define a “religión” como "conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad". Algunos estudiosos modernos de las religiones parecen considerar que solo las creencias en seres sobrenaturales lograrían desencadenar emociones "sagradas". Sin embargo, todo parece indicar que las ideologías no sobrenaturalistas (como las políticas) también pueden conseguirlo. Pisotear una bandera, por ejemplo, puede producir la repugnancia propia de la violación de lo sagrado, aunque eso no convierte automáticamente al nacionalismo en religión, ya que no tiene por qué afectar al comportamiento moral privado del creyente.

  Este equívoco acerca del que ha sido el rasgo de evolución cultural humana más significativo y poderoso es un ejemplo más de cómo, en el siglo XXI, aún quedan por lograrse profundos cambios en la visión convencional de la naturaleza humana. 

   Nadie puede negar el papel fundamental del hecho religioso en el avance de las culturas en el sentido de hacer posible la alteración del comportamiento social. Religión no es solamente ideología (si es expresada doctrinalmente) o el fundamento estético de un relato mítico (en el caso de las religiones más primitivas), sino que supone sobre todo una práctica de determinadas estrategias psicológicas que logran modificar a cada individuo de manera que actúe de acuerdo con la fórmula social deseada que llega a nosotros mediante mensajes simbólicos.

 Hoy, a comienzos del siglo XXI, predomina en el mundo una cultura laica de índole liberal-democrática. Con independencia de que esta cultura es el producto de una larguísima evolución de las religiones compasivas (entre las cuales la cristiana fue la predominante, pero no la primera), el hecho es que hoy podemos entrever un futuro sin religión, es decir, una humanidad futura en la que los individuos no requerirán verse comprometidos en procesos de interiorización de valores éticos e ideológicos, y que les bastará con aceptar los valores ya consolidados en la cultura circundante sin necesidad de vencer las resistencias cognitivas de una ideología previa.

  Sin embargo, el hecho es que la cultura liberal-democrática actual, pese a sus evidentes avances con respecto a las culturas previas, no colma las aspiraciones humanistas. No se ha alcanzado una sociedad plenamente cooperativa, persisten la violencia y los comportamientos sociales de tipo irracional, como el sobrenaturalismo, el nacionalismo, la propiedad privada y la privacidad familiar. La violencia sigue presente, y es considerada como un mero "exceso de la agresividad". Una insatisfacción parecida hizo surgir las ideologías políticas marxistas, cuya vertiente religiosa resultó expresiva de su fracaso final. Con todo, el fracaso de la religión marxista contribuyó a la mejora de la cultura liberal-democrática porque permitió conocer más profundamente cuál era la naturaleza humana. El fracaso del marxismo debería haber permitido también hacer visible las limitaciones del cambio político.

   Una nueva formulación ideológica y no política, con su vertiente de realización religiosa, podría llevar finalmente el ideal liberal-democrático hasta sus consecuencias humanistas finales (la plena cooperación universal).

lunes, 11 de febrero de 2013

Antiagresividad y superempatía

   La agresividad humana es el mayor obstáculo a la plena cooperación. Sin ella, el pensamiento racional lógicamente expresado mediante el lenguaje sería más que suficiente para organizar el esfuerzo productivo de los seres humanos, de modo que casi cualquier meta de tipo económico sería alcanzable: los límites de la capacidad tecnológica son inimaginables incluso a corto plazo; por poner un ejemplo, la lucha por la subsistencia (alimentación y cobijo), que ocupa casi la totalidad del esfuerzo vital de los animales irracionales, hoy  por hoy, con los medios actuales, ocuparía apenas el 1 % del esfuerzo del ser humano dada la tecnología actual y probablemente muchísimo menos dada una tecnología futura.  El hecho de que no  necesitemos hoy más que un mínimo esfuerzo para asegurar la subsistencia al mismo tiempo que siguen existiendo millones de personas que aún viven en la más absoluta precariedad es una buena evidencia de que existen factores irracionales que perturban la cooperación humana y que debería ser el erradicar tales factores el principal objetivo de la ciencia. Sin embargo, en el presente periodo histórico, la agresividad humana, la antisocialidad y los comportamientos culturales irracionales no se consideran problemas a resolver: se asumen como un marco social dado.

  La agresividad consiste en una pauta de comportamientos instintivos que se caracterizan por que evaluamos a nuestros semejantes como una directa amenaza a los intereses vitales de cada uno y, en consecuencia, les hacemos objeto de nuestros ataques y coacciones como medida disuasoria. A partir de estos comportamientos agresivos (o exageradamente defensivos) se suceden todo tipo de actividades de riesgo y todo tipo de controles de seguridad preventivos en los cuales los intereses vitales de unos y otros tratan de prevalecer mediante la fuerza y el engaño. La guerra y la criminalidad son las manifestaciones sociales más notables de la agresividad, pero estos no son más que casos extremos caracterizados por las convenciones sociales de cada época. Por ejemplo, agredir a la esposa no es considerado criminalidad en muchas culturas, de la misma forma que una mirada insultante o una injustificada denegación de ayuda económica tampoco lo son en nuestra sociedad liberal-democrática actual a pesar de que no hay duda de que infringen sufrimiento a otros intencionadamente.

  De la agresividad sabemos que produce placer en quienes la ejecutan, lo cual es lógico en un impulso instintivo. Por supuesto, las necesidades de agresividad de cada individuo dependen de su particular dotación de las características instintuales correspondientes en cada caso (temperamento o predisposición neurológica).

  En general, no faltan los estudiosos que consideran que la agresividad no puede ser del todo controlada ni menos aún erradicada, y denominan "violencia" sólo a una “manifestación exagerada de la agresividad”. El límite de esa “exageración” nos lo da, sin embargo, la convención cultural del momento, sin que sepamos cuál puede ser el límite futuro a la aceptación social de la violencia. Lo que sí sabemos es que se ha producido una notable disminución de la violencia (homicidios, cuando menos) a lo largo del proceso civilizatorio, y que existe una enorme variabilidad a este respecto de unas culturas a otras. Llamamos "proceso civilizatorio" a la evolución prosocial constatada de las culturas humanas, el referente esencial de esta evolución es la disminución de la violencia, el incremento tecnológico y económico, y el desarrollo de hábitos de confianza en las relaciones interpersonales.

  Sabemos menos de la “antiagresividad” que de la agresividad. En psicología conductual se denomina "antiagresividad" a las pautas de conducta que aplacan los instintos violentos. Pautas de conducta antiagresiva son la consolación, la compasión y la manifestación de empatía mediante lenguaje (verbal y no verbal) y acto (por ejemplo: ayuda económica o prestación sexual).  En casos extremos, puede buscarse la antiagresividad mediante diversos productos farmacológicos (calmantes).

  El psicólogo Simon Baron-Cohen habla de “superempatía” en el caso de actitudes mensurables de comportamientos caracterizados por antiagresividad y complacencia. La empatía puede definirse como  nuestra capacidad de identificar lo que otra persona piensa o siente y responde ante esos pensamientos y sentimientos con una emoción adecuada”. (La "simpatía" suma, a la empatía, la actuación benevolente y altruista). La superempatía sería una manifestación extrema que podríamos caracterizar, de forma equivalente a la agresividad, como propia de quien obtiene placer del placer ajeno, en contraste con el individuo agresivo que obtiene placer del sufrimiento ajeno (o de las consecuencias del sufrimiento ajeno).

  Los comportamientos de antiagresividad y superempatía son tan reales como los de agresividad y psicopatía, y todos son instintuales por igual. El libro de Steven Pinker “Los ángeles que llevamos dentro” nos informa de los cambios culturales sucedidos en el periodo histórico que demuestran cómo las manifestaciones más notables de violencia social (guerras y criminalidad) disminuyen a medida que se producen diversos cambios de tipo cultural (proceso civilizatorio).  Estos cambios suelen estar relacionados con manifestaciones culturales de tipo empático, como el arte (es muy interesante el caso de la pasión por la lectura de novelas a partir del siglo XVIII) o conceptos políticos como la beneficencia, los derechos humanos o la democracia. 


  Puesto que los términos “antiagresividad” y “superempatía” son muy recientes, esto nos hace pensar que se trata de fenómenos poco estudiados a pesar de que su valor práctico parece inmenso. Podrían permitirnos seguir desarrollando conocimientos acerca de la restricción futura de la violencia y la agresividad, cuyos límites parecen también incalculables. Las sociedades caracterizadas por una menor agresividad (menos guerras y criminalidad) son, por supuesto, las más avanzadas tecnológicamente y aquellas en las que se da una mayor cooperación económica efectiva. 

   Karen Armstrong ha descrito una tendencia de evolución cultural a través del desarrollo de las llamadas “religiones compasivas” que aparecen con el desarrollo urbano hace unos dos mil quinientos años. La primera religión plenamente compasiva habría sido el budismo, que en la filosofía helénica sería adaptada por el estoicismo, el cual a su vez influiría decisivamente en el judaísmo y por tanto en el  cristianismo.  Aún se debate si el avance en los comportamientos antiagresivos y en las concepciones culturales antiagresivas está relacionado con el desarrollo gradual del ideario de las religiones compasivas (y particularmente la religión cristiana, por ser ésta la de las naciones que han acabado imponiendo su cultura a nivel mundial). Pero sí parece existir una coincidencia entre esta evolución religiosa y el proceso civilizatorio.  

domingo, 10 de febrero de 2013

Conductismo, anarquismo y religión pura

  Si una religión es el conjunto de simbolismos de significado emocional y moral, más las estrategias psicológicas necesarias para un cambio participativo de las pautas de conducta del individuuo que determinan el contenido ético de una cultura determinada, la última religión, cuya ideología (simbolismo doctrinal) ha de ser, simple y puramente, la consecución de un entorno humano de extrema confianza que permita la máxima cooperación, se ha de caracterizar por una serie de estrategias psicológicas eficaces que permitan alcanzar el objetivo buscado. El individuo se ve motivado a actuar, de acuerdo con tales estrategias, con el fin de alterar su comportamiento en un sentido prosocial.

  Para que el cambio sea eficaz, para que sea "religioso", los comportamientos éticos han de partir de la esfera "de lo sagrado", es decir, de algo parecido a un instinto inculcado que nos inclina o bien hacia la repugnancia o bien hacia la devoción a la hora de hacer elecciones morales. El hombre éticamente religioso no razona acerca de lo bueno o lo malo, sino que actúa movido emocionalmente hacia el bien como resultado de habérsele inculcado ese sentido de lo sagrado en particular. El ámbito de "lo sagrado" en las religiones tradicionales tenía que ver con simbolismos, como un ídolo sagrado. Al evolucionar las religiones, "lo sagrado" también abarcó el comportamiento moral. Lo ideal sería que el ámbito de "lo sagrado" (reacciones emocionales automáticas) se circunscribiera precisamente al comportamiento moral, en un sentido altruista.

  Esto, en el fondo, no sería otra cosa que la “religión pura” a la que hacía referencia Ernest Renan  en su libro “Vida de Jesús” (1863)   "Un culto puro, una religión sin sacerdotes y sin prácticas que reposase enteramente sobre los sentimientos del corazón". Entendemos hoy “sentimientos del corazón”, de forma más prosaica, como pautas de la conducta emocionalmente determinadas y psicológicamente interiorizadas. Hoy por hoy, no conocemos ninguna congregación religiosa en la cual los creyentes ingresen exclusivamente para interiorizar pautas de conducta prosociales. Sin embargo, todos sabemos que las religiones existen precisamente para esto, para hacer mejor la vida en común. Una "religión pura" sería la que existiera solo para eso. Y sería "religión" y no "educación" o "civismo" en tanto que contendría los elementos básicos de toda religión: simbolismo trascendente, efectos emocionales referidos al ámbito de "lo sagrado" (repulsión/reverencia) y comunidad de creyentes. En "Alcohólicos Anónimos" (que no es una religión, pero si una asociación para el cambio del comportamiento) todos saben para qué se encuentran allí. En las congregaciones religiosas tradicionales esto raramente sucede.

  Siguiendo a Renan:   "Gracias a la sentencia de dar al César lo que es del César creó algo ajeno a la política, un refugio para las almas en medio del imperio de la fuerza bruta"

  El fin de esta religión pura sería 

  "el completo idealismo de la vida desinteresada y virtuosa", "la total santidad, la total abstracción de las impurezas del mundo, la libertad"

  En suma:

  "Jesús ha fundado la religión de la humanidad, como Sócrates ha fundado la filosofía y Aristóteles ha fundado la ciencia", "la religión definitiva".

  Desde el mundo moderno al que pertenece el erudito, llegan algunas observaciones curiosas que en su época despertaron escándalo:

  "Jesús es un anarquista, porque no tiene ninguna idea del gobierno civil"

  (No perdamos nunca de vista, por lo demás, que “Jesús” no es sino una entre varias de las manifestaciones históricas de las religiones compasivas, que existían previamente al Jesús histórico y que pueden ser mejoradas más allá de "Jesús")

  Todo ideal que pretenda contribuir a crear un entorno de extrema confianza no puede dejar de ser anarquista (concepción de un orden no autoritario), pues un entorno de extrema confianza, obviamente, hace prescindible la coerción legal que es la base de la vida política (promulgar leyes y hacerlas cumplir). 
  
  Así pues, si hemos concluido cuál sería la última religión (o “religión pura”: algo ajeno a la política) y hemos concluido que su resultado sería un mundo anarquista (sin entorno político… y obviamente sin necesidad de más prácticas religiosas en adelante, ya que serían superfluas), lo que queda por averiguar es cuáles serían las estrategias psicológicas que permitirían el cambio de pautas de comportamiento (interiorización de pautas morales -"esfera de lo sagrado") que llevasen a la aparición del definitivo entorno de extrema confianza.

  Las estrategias psicológicas religiosas pueden ser de diversos tipos:

  -adoctrinamiento colectivo
  -rituales colectivos
  -rituales individualizados (oración, meditación)
  -narración mítica
  -arte simbólico
  -prácticas de adoctrinamiento individualizadas   

  Esta breve lista no agota las posibilidades, ya que la variedad de prácticas religiosas puede ser mucho mayor (en algunos casos, por ejemplo, se puede incluir la ingestión de drogas o las disciplinas físicas a modo de “ritual individualizado”) mientras que en muchas religiones las prácticas se ven muy reducidas en número (muchos antropólogos, por ejemplo, han considerado que los ceremoniales chamánicos son la esencia de la religión porque es casi la única estrategia que se encuentra en muchos pueblos de cazadores-recolectores, pero las religiones más evolucionadas admiten un gran número de estrategias).

  Aparentemente, las religiones más modernas han ido prescindiendo de los rituales colectivos y las narraciones míticas, utilizando más mecanismos de tipo racional, como el adoctrinamiento colectivo e individualizado.

  En cualquier caso, lo importante serían los objetivos psicológicos a alcanzar: una "última religión" ha de permitir la creación de una "cultura de la santidad", que sería la mera suma de individuos cuyo comportamiento moral, altruista, compasivo, emotivo y racional, ha de garantizar la extrema confianza.

  Diversas experiencias del siglo XX hacen pensar que la "última religión" podría tomar la forma de un sistema de prácticas individualizadas no muy alejadas de la actual psicoterapia cognitivo-conductual. La terapia cognitivo-conductual consiste, básicamente, en un proceso de tratamiento donde se analiza la conducta observable, pensamientos verbales y respuestas fisiológicas, así como las relaciones entre sí -de todas estas manifestaciones- y la "conducta problema”. El resultado suele ser el cambio de las "creencias nucleares" del paciente que dan origen a "respuestas automáticas" propias de la conducta antisocial.

  Para alcanzar un comportamiento de extrema confianza sería preciso interiorizar de forma razonada (no muy diferente al aprendizaje de un actor mediante el “método Stanislawski”) una serie de pautas de comportamiento inocuo y benéfico. Si se logra que un individuo asuma de forma manifiesta, en palabra, gesto y obra, pautas de conducta de este tipo, habremos creado la base para un comportamiento comunitario de extrema confianza en el mismo sentido. Los comportamientos inocuos y benéficos pueden ser consecuencia del estímulo de los instintos antiagresivos y superempáticos que existen de forma innata en los seres humanos y para los cuales algunas personas están más predispuestas que otras (temperamento).

  Un posible método que ayudase a crear una comunidad eficiente de extrema confianza sería primero, mediante una selección previa, reunir a un grupo de individuos acerca de los cuales sepamos que poseen temperamentos de cualidades antiagresivas y superempáticas superiores al promedio (del mismo modo que, para formar un grupo de bandidos lo conveniente es seleccionar a personas agresivas y psicopáticas), proporcionarles un adoctrinamiento en consecuencia (emocional, simbólico, apolítico y racional) y ofrecerles un asesoramiento individualizado de tipo cognitivo-conductual adecuado al adoctrinamiento. Se da por supuesto que los individuos estarán motivados para emprender una experiencia de este tipo y se supone que la motivación estará en buena parte basada en la expectativa de obtener compensaciones emocionales gratificantes (afecto) como consecuencia de vivir dentro de una comunidad de extrema confianza.

  Una experiencia así jamás se ha realizado.

  Sí se han realizado, sin embargo, abundantes experiencias de terapia de grupo e individualizada para la corrección de ciertas pautas de conducta que han sido calificadas de erróneas según nuestra cultura ("conductas problema"). Un ejemplo antiguo y muy conocido sería la organización de “Alcohólicos anónimos”, pero también sirven de ejemplos las técnicas de coaching a lo Dale Carnegie y sus infinitas ramificaciones de todo tipo en el mundo de la “auto ayuda”.

  Sin embargo, las técnicas de psicoanálisis son todavía anteriores y aún más anteriores son las técnicas de adiestramiento militar en las que, por procedimientos abreviados de urgencia, se trata de adaptar a miles de jóvenes para la experiencia extrema del combate armado. Ni el psicoanálisis ni el adiestramiento militar son necesariamente religiosos, ya que no incluyen una ideología ética y muy poca simbología emocional. La Compañía de Jesús de Ignacio de Loyola trató de imitar el preparamiento militar para obtener un mayor rendimiento en una determinada versión de la virtud cristiana ("ejercicios espirituales"). Loyola también se inspiró en la "Imitación de Cristo", de Kempis, del siglo XIV, un recetario de sentencias que hoy diríamos que trataban de implantar también "creencias nucleares" y sus correspondientes "pensamientos -y actos- automáticos" correspondientes. La "imitación" de Kempis estaba dirigida sobre todo a los frailes de los monasterios.

  En el mundo religioso ha sido el monasticismo (que comienza con el budismo, la primera gran religión compasiva) el movimiento que más ha destacado en su intento de adaptar las pautas de comportamiento a características de inocuidad y altruismo. Del monasticismo han derivado numerosas invenciones religiosas de control de la conducta.

  El ideal monástico, como el de la religión pura, no sería otra cosa que algo muy parecido a la creación de una “comunidad de santos” en las que los individuos hubieran aplacado de forma definitiva (autocontrol) sus instintos de agresividad y desconfianza en un contexto social muy seleccionado. La comunidad monástica supone una experiencia religiosa extrema, capaz de dar lugar a cambios profundos de conducta que, por imitación de los seglares, ha sido capaz de influir en los cambios culturales de toda la sociedad, de ahí su importancia histórica. Una racionalizacíón actual del hecho histórico innegable de esta capacidad de influencia podría dar lugar a fenómenos nuevos que recibiesen nombres nuevos tales como "comunidad para la mejora de la conducta" o "centro de alto rendimiento de la conducta".

  La última religión, pues, habría de partir de una experiencia racional y organizada en el sentido de crear una comunidad monástica de extrema confianza para lograr la plena cooperación humana, algo solo posible mediante la extensión del comportamiento de altruismo y benevolencia. Es previsible que, de obtener buenos resultados esta experiencia, el mundo exterior no podría ignorarlas y se vería benéficamente influida por ella, de modo parecido a como sucedió en la Baja Edad Media de Europa occidental, en los tiempos inmediatamente anteriores a la aparición del Humanismo y el Renacimiento.